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Las contemplo por la ventana, vuelan.
Hojas de otoño.
Son hojas de colores desgastados,
manos temblorosas,
o tal vez sueños a la deriva sin puerto donde varar
añorados de sonrisas en la mañanas.
Las sigo con mi mirada,
hojas que el álamo erguido despide con dolor.
Vivieron las caricias de primavera,
el verde brillante bajo la luna de abril.
El primer frío húmedo de otoño
las ha vestido de oro viejo.
El verano ya se fue con su resplandor
y ahora se lanzan en vuelo al vacío.
Sin destino.
Su color es el dorado, amarillento, granate,
el burdeos de vino añejo.
Las veo revolotear a mi alrededor…
Y con ellas va mi olor a infancia,
a cuadernos escritos en caligrafía
sobre viejos pupitres de madera vieja
con nombres grabados
a navaja.
En su vuelo forman imágenes que reconozco:
la ilusión de una mañana en la disciplina del internado,
niños en fila.
Luego, el primer beso de juventud,
estreno de sabor de labios,
de cuerpos abrazados como enredaderas
al alba…
Y más hojas que siguen cayendo al suelo.
Soñaron un día, ¿y quién no?,
en ser perpetuas
entre cantos en nidos de jilgueros
alborotando y meciendo las ramas,
y hoy empujadas por el viento ya sin aliento
debatiéndose en el barro del sendero.
Ha llovido.
Las veo en su desnudez arrinconadas en terrazas,
compartiendo el frío,
pisadas en los senderos por los caminantes,
en regueros donde se refleja un trozo de cielo,
un mar azul de nubes blancas
ahogado en un charco sin espacio,
sin derecho a que los sueños naveguen por sus aguas,
añoradas del gusto a rocío de abril
y del aroma a rosas de mayo.
Sin resurrección.
Os contemplo y se me llena el alma
de vacío y silencio.
Como vosotras, con ojos mirones,
mi corazón flota por un mar
deseando que vuelva al álamo el griterío
de los pájaros coloristas y gritones.
Son nubes, son hojas, que arrastra el viento de otoño,
y que yo sigo su viaje a través de mi ventana.
Por Justi
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